El mundo no está mejorando con la prohibición de las corridas de toros. De hecho no vivimos nunca en un mundo mejor. La modernidad y la tecnología nos lleva a una experiencia de la vida sin ninguna sacralidad, lejos de la conciencia trágica que es la vida y la muerte.

Las corridas de toros representan uno de los últimos bastiones de la realidad cruel en un mundo sin reglas, donde el animal más pequeño es comido por el grande. Son la prueba del mundo en el que vivimos, donde nos escondemos detrás de las hipocresías pensando que tenemos algo que decidir en esta vida. Al final la muerte nos acecha a todos, a los más fuertes, a los mas progres y a los ateos. La vida es una mezcla de sangre, lucha desigual y algunos ratos de felicidad.

 

Un mundo sin corridas de toros es solo una ilusión de que algo está mejorando. Es un anestesia para nuestro miedo ancestral que este mundo es tan grande que nos está aplastando. Desde este punto de vista las corridas son de verdad algo cruel, algo duro e imperdonable. El hombre no tiene derecho para matar a los animales, pero tiene que hacerlo para sobrevivir. Quien puede decir que es el pecado cuando toda nuestra historia está llena de la sangre de los inocentes.

 

Las corridas son una barbarie sangrienta e innecesaria pero detrás de este discurso de aparente tolerancia se esconde el miedo de la sociedad humana que se niega a reconocer que este mundo no tiene ningún sentido. Por lo menos no tiene ningún sentido comprensible para el hombre. La presencia arbitraria del hombre en este mundo es idéntica con el asombro escalofriante que siente el toro al verse dentro del ruedo de la muerte y sin ninguna puerta de regreso. Así es la vida, una sucesión de crueldades tan reales como la piedra y negar la realidad no va a cambiarla. No puedo dejar de evocar las palabras de Arturo Pérez Reverte, un escritor captivo de la imagen heroica del hombre en este mundo. Decía el que hoy en día vivimos detrás de tantas protecciones que nos dan la ilusión de que estamos protegidos, ilusión que desaparece en cuanto nos damos cuenta de que también hay gente que muere en este mundo „seguro„.

 

El falso debate sobre toros si, toros no, dejando de lado los mensajes separatistas, es un maquillaje para un mundo en el que queremos sentirnos seguros. Es una mentira que nos viene bien. Hemos creado un mundo más correcto para los animales. Quedan los pollos, los animales domésticos que ven la luz del día y las ballenas. Para todos estos animales sentimos pena, pero de verdad nos importa si viven o mueren? La compasión hacia el otro es la mayor hipocresía de la humanidad. Nos mentimos con las historia de solidaridad sin ver que nuestra solidaridad reside en el miedo de vivir solos.

 

El hombre moderno comparte con el hombre primitivo, que descubría el fuego quemándose, el mismo miedo ancestral. Hace 1,2 millones de años el hombre estaba afilando piedras para matar. Después siguió haciéndolo durante toda su vida, hasta nuestra era, cuando el oficio de matar llego a ser una institución.

Con este traspaso de la violencia, la sociedad civil ha perdido el sentido de la guerra. Ahora se puede ser tolerante en un mundo igual de cruel. Lo único que cambia es que hemos creado un engranaje inmenso de leyes, costumbres, sociedades y falsos derechos que nos ofrecen la posibilidad de sentirnos inmortales y dueños de nuestros destinos.

Con esta ilusión viviremos toda nuestra vida miserable de animales dominados por el miedo. Porque en esto nos identificamos con los animales. A través de su muerte vivimos nosotros también en nuestra carne el encuentro final. Las corridas son un catarsis que nos muestra la inestabilidad de esta vida y también la grandeza de las criaturas frente a su muerte.

 

Las corridas de toros tienen todo menos fiesta. El toreo es un arte, es el arte de sentir la vida y la muerte más cerca. Y la muerte de los toros no tiene ninguna razón igual que no tiene ningún sentido evidente nuestra existencia y nuestro paso anónimo a la eternidad.

No sé si es bueno o malo prohibir los toros, pero sé que esta columna no va con el espíritu de la sociedad humana en general y no puede pedirle nada a la sociedad porque entonces sería una iniciativa igual de inútil como la de prohibir o permitir las corridas. Es un planteamiento cruel, sin respuestas y tan desarmante como la pregunta de un niño de 3 años hacia sus padres: „Nosotros cuando nos vamos a morir, papa?”.

 

En cuanto no habrá una respuesta a este tipo de preguntas, la humanidad seguirá su viaje sin rumbo hacia un mundo que no conoce nuestro „orden”. En cuanto al debate de los toros, creo que la respuesta hay que buscarla dentro de nosotros de la manera más sincera posible.