Además de en su especial arquitectura, Bucarest muestra muchos otros signos de una colonización cultural francesa producto de dos corrientes que se desarrollaron en la segunda mitad del siglo XIX: por un lado, el interés rumano en emanciparse de las influencias culturales procedentes del este y, por el otro, el deseo político de Francia de ganar un aliado en una zona donde Inglaterra despuntaba por su interés sobre Turquía. La solidaridad entre Rumanía y Francia se estableció así y se prolongó durante todo un siglo, superando incluso la Segunda Guerra Mundial, cuando ambas naciones formaron parte de alianzas enfrentadas.

El proceso, sin embargo, se inició tiempo antes, cuando hacia 1776, el Príncipe de Valaquia, Alexandros Ypsilantis, introdujo el francés como materia obligatoria en las escuelas superiores de Bucarest. A finales del siglo XVIII, la mayoría de los periódicos de Rumanía estaban escritos en francés y, en 1796, se abrió el primer consulado de Francia. En ese período, numerosos hombres de negocios e intelectuales franceses visitaron Rumanía y dejaron aquí las primeras semillas del pensamiento liberal. También los boyardos viajaron a Francia e importaron sus modelos políticos y culturales como base de la futura independencia.

En 1831 se fundó en Bucarest el Théâtre de Variétés, donde compañías francesas realizaban representaciones en su lengua materna. El primer diccionario Rumano-Francés se publicó en 1838 y, sólo un año después, Ion Câmpineanu publicó su proyecto constitucional en francés (De l’etat present et de l’avenir des Principautés de Moldavie et de Valaquie). A través del Tratado de París de 1856, Napoleón III apoyó la unificación de Valaquia y Moldavia en la figura de Alexandru Ioan Cuza y, después, en la de Carol I. Por su parte, Rumanía adoptó el Código Napoleónico.

En 1860 se inició la publicación de La voix de la Romanie y Le monitoir roumain y en 1924 se instituyó el Institut français des Hautes Études con el patrocinio de la Universidad de París. También en ese momento, el médico y académico Ion Cantacuzino abrió las puertas del Institut Pasteur frente al río Dâmboviţa, donde se desarrollaron importantes estudios de inmunología y patología.

Políticamente, intelectuales rumanos pasaron por su propio tamiz las ideas liberales e internacionalistas francesas, dando lugar a un nacionalismo romántico de acuerdo a sus necesidades más inmediatas y que se convirtió en la base de una colonización franco-danubiana más amplia.

En otras palabras, desde mediados del siglo XIX hubo entre Francia y Rumanía una comunión de intereses, con fuertes connotaciones políticas, que tuvo el mérito de implantar las semillas de la modernidad en Rumanía. La arquitectura fue una de las caras más visibles de esta modernización que no sólo afectó a Rumanía artística o culturalmente, sino también a nivel institucional, legislativo e incluso militar.

Continuare: